Leyenda común a otros lugares de Asturias en los que habita una Xana esperando a que alguien rompa su encantamiento.
A la vera de la playa de Aguilar, en el concejo de Muros del Nalón, se alza el monte del Castiellu. Según la tradición en ese monte hay una cueva en la que vive una Xana encantada. La encantaron sus padres por cometer una falta muy grave. Sólo podía romper el encantamiento si un caballero valiente la bajaba en brazos desde su cueva a la playa, sin detenerse en el camino y sin dejarla caer al suelo. El caballero que esto hiciera conseguiría muchas riquezas y la Xana le regalaría un tesoro guardado en una piel de buey pinto.
La Xana solía distraerse jugando en la playa con unos bolos de oro, devanando el hilo que salía por el ojo de una fuente cercana y tendía su pequeña colada en la falda del monte. Una mañana fue una mujer de Muros a segar hierba al prado del Castiellu y sorprendió a la Xana cosiendo. Ésta, en cuanto vio a la mujer, se metió corriendo a su cueva y dejó sus tijeras de oro fuera. Cuando salió a recogerlas se dio cuenta que la mujer se las había llevado. Entonces la ninfa comenzó a cantar:
“Quien mis tijerinas de oro llevó, cocido y asado le vea yo”.
Esto supuso que la mujer perdiera su ganado y que la calamidad cayera sobre su familia.
“Quien mis tijerinas de oro llevó, cocido y asado le vea yo”.
Esto supuso que la mujer perdiera su ganado y que la calamidad cayera sobre su familia.
Tras muchos años de espera acertó a pasar por allí un caballero cuando la Xana se estaba guarneciendo el dengue a la entrada de su cueva. Como quiera que el hombre le preguntó quien era y que hacía allí, la Xana le contó su historia y le dijo lo que tenía que hacer para desencantarla. Entonces la cogió en brazos y echó a andar con ella en dirección a la playa. Según se iba alejando de la cueva la Xana se iba desencantando y a medida que se desencantaba aumentaba de peso. El caballero corría viendo el milagro entre sus brazos, pero cuando ya llegaba a la playa se desencadenó una gran tormenta con rayos y truenos. El buen hombre se asustó y dejó caer a la Xana, ya casi convertida en una matrona.
Como la maldición no se rompió la pobre hada se volvió llorando a su cueva y desde entonces ya nadie más la vio en la playa de Aguilar, jugando con sus bolos de oro.
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