sábado, 23 de abril de 2011

Lucía




Con la mirada perdida y sentada en aquel taburete de la barra del bar escuchaba sin oir las palabras de aquel cincuentón llenas de halagos, proposiciones, un montón de sandeces y con la sonrisa forzada esperaba que se terminara su copa y se largara para hacer caja, cerrar el chiringuito e irse a dormir.

Esa noche le tocaba a ella cerrar y estaba cansada; había entrado a las seis de la tarde y después de diez largas horas aguantando a todo tipo de babosos, sólo quería darse una ducha, quitar ese olor a tabaco y bebida que se incrustaba en su cuerpo cada noche y meterse en la cama y olvidar otro día igual al anterior.

Había salido de su casa detrás de un novio que le prometió mil cosas, que la puso a trabajar en ese bar de copas y no encontraba la forma de salir de ahí, de olvidar tantas y tantas promesas no cumplidas.
Aún no habia cumplido los veinticuatro años, tenía un bonito cuerpo que levantaba más de una mirada a su paso pero le faltaba la decisión, la fuerza para dejar esa vida impuesta y salir huyendo.

Se abrió la puerta del local dejándo paso al sereno de turno que con naturalidad se le acerca, le dá una palmadita en el hombro y le dice al cliente que es hora de cierre. El hombre se levanta, deposita dos billetes de mil pesetas en la barra y sale a la calle.

¿Has tenido buena noche Lucia?
Se sienta a su lado, la contempla, suspira y susurra: "Si fueras mi hija estarías hace rato durmiendo en la casa y no aquí aguantando borrachos cada noche por unas miseras pesetas, dejándote la juventud entre estas cuatro paredes día tras día". ¡Anda niña, recoje todo esto que te acompaño a la pensión!

El aire frio de la noche, ya madrugada, le azota en la cara y se enrosca en su abrigo. Juntos bajan la calle hasta el cruce, desierto a esas horas y se paran en un antiguo portalón de madera, dónde se encuentra su hogar desde hace casi dos años.
¡Hasta mañana Matias y gracias!, dice la chica cerrando la puerta.

Las viejas escaleras la conducen al segundo piso, entra en la cocina, se calienta un vaso de leche con miel y se dirige a su dormitorio, dónde se quita la ropa y se mete en la ducha. Un escalofrio recorre su cuerpo cuando el agua templada se desliza por su cuerpo, cierra los ojos y recuerda la casa de sus padres siendo una niña, las bromas de sus hermanos, su habitación llena de muñecas, peluches, libros y aquellos sueños dónde se imaginaba al lado de un chico que la llevaría a recorrer el mundo...


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