Los historiadores romanos anotaron una serie de rasgos referentes a la mujer que les llamaron la atención e incluso llegaron a denominar "gineco-kracia".
La herencia pasaba a manos de las mujeres y estas disponían el casamiento de sus hermanos y la dote era dada por el hombre a la mujer.
La mujer gozaba de una libertad y un prestigio religioso-social considerable.
Entre los ástures existía la costumbre de "la covada"; después del parto de la mujer, el marido se echaba en el lecho y era cuidado por ella.
"El rito de la covada" sirve para poner de relieve la importancia mágico-religiosa de la mujer, junto a otras costumbres arcaicas (ciertos ritos funerarios, mitología de la muertes, etc). Se trata de una participación masculina en el acto de la procreación, pero además, es un acto para asegurar al recién nacido el derecho paterno. El elemento central de "la covada" es que el padre imita los efectos del parto, poniendo al niño entre sus piernas simulando el alumbramiento. Esto pervivió hasta época reciente como practica ritual en Asturias y león.
El historiador romano del siglo II de nuestra Era, Dión Casio, comenta como una matrona romana acusaba a una esposa celta de promiscuidad a lo que ésta respondía: "Atendemos a las demandas de la naturaleza de una forma mucho mejor que vosotras, las mujeres romanas, porque nos unimos abiertamente con los mejores hombres, mientras que vosotras os refocilais en secreto con los más viles...".
Las mujeres de los ástures y otros pueblos del Norte peleaban al lado de los hombres para impedir el saqueo de las ciudades, manejándo al igual que ellos las armas sin proferir un grito ó una súplica en el refriega cuando eran degolladas.
Las mujeres también trabajaban los campos, mientras que los hombres se dedicaban a robar con las armas.
Algunas mujeres prefirieron arrojarse al fuego con sus hijos y suicidarse antes que caer en poder de los romanos y ser vendidas como exclavas.
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